La Vida Puede Cambiar

"Fe es creer en lo que no se ve; y la recompensa es ver lo que uno cree."

Texto Bíblico: Mateo 15:32-38
Fe con obras El apóstol Santiago, quien probablemente escribió la primera epístola del Nuevo Testamento, confrontó a la iglesia naciente con algunos asuntos netamente prácticos relacionados al ejercicio de la vida espiritual. Con estilo directo que lo caracteriza, pregunta a sus lectores: "¿Si un hermano o una hermana no tienen ropa y carecen del sustento diario, y uno de vosotros les dice: "Id en paz, calentaos y saciaos", pero no les dais lo necesario para su cuerpo, ¿de qué sirve? Así también la fe por si misma, si no tiene obras, está muerta" (Stg 2:14-17). La fe de tal persona no tiene vida, afirma Santiago, porque las obras son la evidencia más tangible de un corazón trabajando por Dios. Estaba preocupando de que la Iglesia se inclinara hacia un espiritualidad egoísta, que excluía del ejercicio de su fe las acciones concretas de amor hacia los demás. Esta misma actitud había caracterizado al pueblo de Israel durante siglos.

En el pasaje podemos encontrar el origen de la convicción que movía el corazón del apóstol, el ejem polo mismo de Jesús. El incidente que relata el evangelio de Mateo seguramente es representativo de decenas de situaciones similares en las que los discípulos tuvieron oportunidad de ver cómo el espíritu tierno de Cristo se traducía en acciones concretas hacia aquellos que estaban a su alrededor. El evangelista nos dice, "entonces Jesús, llamado junto a si a sus discípulos, les dijo: Tengo compasión de la multitud, porque hace ya tres días que están conmigo y no tienen qué comer; y no quiero despedirlos sin comer, no sea que desfallezcan en el camino"(v.32). La compasión traduce el sentimiento de angustia por la necesidad del prójimo en una acción concreta que busca aliviar dicha situación. Debemos notar, al pasar, el asombroso compromiso de la multitud con la persona de Cristo, pues habían estado con él en el lapso de tres días. Es evidente que durante ese tiempo las personas no habían tenido oportunidad de volver a su casa ni de procurar algún alimento. Esta clase de comportamiento siempre ha sido la evidencia más clara del obrar soberano de Dios, pues la intensidad del momento espiritual lleva a que los participantes pierdan la noción del tiempo y desatiendan aun sus necesidades más básicas. Algunos, incluso, podrían haberse sentido tentados a descartar estas necesidades como molestas distracciones frente al mover de Dios. Sin embargo, la situación no escapó de los ojos acuciosos de Jesús y fue movido a compasión.

La compasión es una de las características que distingue a la persona cuyo corazón ha sido tocado por el amor de Dios. A diferencia de la lástima, la compasión traduce el sentimiento de angustia por la necesidad del prójimo en una acción concreta que busca aliviar dicha situación. En este caso, Cristo reunió a sus discípulos con un doble propósito, además de señalar la premura de la gente, también pretendía movilizarlos a la acción.

El proceder de Jesús está plenamente alineado con el corazón bondadoso del Padre. Encontramos una expresión típica de su ternura en Deuteronomio 15:7 y 8: "Cuando haya algún pobre entre tus hermanos en alguna de tus ciudades, en la tierra que Jehová, tu Dios, te da, no endurecerás tu corazón ni le cerrarás tu mano a tu hermano pobre sino que le abrirás tu mano liberalmente y le prestarás lo que en efecto necesite".


El sueño de su vida era ser misionero, y parecía como si finalmente se fuera a hacer realidad. Sentado en la oficina de la agencia misionera, el nervioso joven le aseguró al entrevistador que él y su flamante esposa estaban decididos a trabajar duro, administrar sus recursos como buenos mayordomos, y procurar que se proclamara a Cristo al mayor número de personas posible. Confiaban en que todo su futuro estaba saliéndole a pedir de boca.

Pero pronto todo iba a parecer como si sus sueño se fuera a hacer añicos. Durante su preparación para vivir entre otras culturas él y su esposa se percataron de que ella nunca resistiría los rigores de vivir en el extranjero. Ella era demasiado frágil y débil. Si iban al África, como habían planeado, era seguro que ella moriría. Confuso y destrozado emocionalmente, el joven fue a trabajar para su padre, que era dentista y que tenía un pequeño negocio colateral que producía vino sin fermentar para los cultos de la Santa Cena en las iglesias.

Al envejecer su padre, el joven se hizo cargo de este negocio secundario. Un día se le ocurrió que tal vez podría todavía tocar al mundo para Cristo. Podría todavía cumplir las palabras que le había dicho al representante misionero ese día. Trabajaría duro, sería un buen mayordomo de sus recursos, y procuraría que se proclamara a Cristo a tantas personas como fuera posible; solo que lo haría de una manera un poco diferente.

Mantendría su promesa sosteniendo financieramente a otros que podrían ir al extranjero como misioneros. Trabajó duro, y con el tiempo logró desarrollar la compañia en una empresa gigantesca. ¿Cómo se llamaba? Welch.

Hoy su jugo de uva se vende en todas partes. El Sr. Welch ha ofrendado gigantescas sumas de dinero a la causa de las misiones mundiales. Irónicamente, ha hecho mucho más por la evangelización mundial que lo que podría haber hecho trabajando duro personalmente en el campo misionero. Debido a que se adaptó a sus circunstancias y floreció en donde estuvo plantado, llegó a ser un compañero valioso de las misiones en todo el mundo.

Cuando una puerta se cierra, no te des por vencido, quizás hay otras puertas que no haz visto y que se abrirán para hacer incluso mucho más de lo que inicialmente habías pensado. Cuál fue la última puerta que se cerró? Ya encontraste la nueva puerta? No olvides con Dios siempre hay nuevas puertas delante de nosotros.

De cierto te bendeciré grandemente, y multiplicaré en gran manera tu descendencia como las estrellas del cielo y como la arena en la orilla del mar, y tu descendencia poseerá la puerta de sus enemigos. Gen 22:17

Conozco tus obras. Mira que delante de ti he dejado abierta la puerta que nadie puede cerrar. Ya sé que tus fuerzas son pocas, pero has obedecido mi palabra y no has renegado de mi nombre. Apoc 3:8


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